
Días diáfanos, tardes desapacibles, noches turbulentas. El clima va mutando con facilidad a lo largo de jornadas con pronóstico impredecible.
Nos ponemos un piloto cuando estamos con el alma goteando y, sin embargo, no podemos evitar que se nos llenen de moho los pensamientos (aunque encontremos quien se disponga a torcer nuestro ánimo).
Salimos en musculosa cuando la pasión calcina, aunque una gélida ventisca nos pueda traicionar al doblar la esquina.
Y nuestra existencia se engripa de dolor, mientras se va contracturando el alma.
Caminamos los años, cambiamos modas y conservamos modos.
Eso sí, pretendiendo alcanzar la perfección en un mundo absolutamente deforme. Tratando de hacer buena letra con el pulso de una momia.
Viramos entre lo normalmente aceptable y lo presumidamente alocado.
Pero cuando detectamos al que se le rompió el flotante, enseguida le apuntamos con el índice y lo guardamos tan lejos como se pueda.
Buscamos estabilidad emocional, no emociones. Ya no quedan revoluciones ni revolucionarios sueltos. Las ideas no se matan, se suicidan con el tiempo.
Repasando lo dicho hasta acá, me doy cuenta de que quizás todo esto carezca de una hilación. O sólo la tenga para mí en el segundo en que lo escribí.
Porque tenemos la capacidad de comprender lo incomprensible y porque quizás yo sea por momentos el que deba estar guardado...les pido solamente que no me señalen.