sábado, 29 de agosto de 2009

En este viaje, no estuve sólo....


Enfrenté la circunstancia. Me animaría a decir que fue una actitud intrépida trepar al escenario con tan escasa preparación. No porque sobrara paño, sino todo lo contrario. Debía ser así.


Un tanteo previo me había brindado una leve confianza en las posibilidades. Sin embargo, la noche anterior un miedo me abrazó entre las sábanas. Una estocada primero, otra repetida luego, allí donde ya había conocido el dolor en la carne. Pero había que ser responsable una vez más y no podía dejarme avasallar por el miedo.

Pedí prestado coraje, mirando al cielorraso, prometiendo devolverlo con intereses. Desperté y la sensación pesimista que me había acunado se declaró en fuga.


La mañana siguiente, un agosto en traje de enero iluminaba la casa. Otra masacre ocurría en algún punto del planeta y apagué el televisor para no estropear la escena. Un despertar así merecía la máxima gratitud luego del temor paralizante con que abracé la almohada.


Faltaban horas nomás e intenté pensar solamente en el minuto siguiente, en el segundo que se avecinaba y no en la noche por vivir. Vislumbraba cierta tensión lógica en mis pares, algún morbo asomando el cogote también. Y mucha energía positiva también, escudándome de todo.


Un terremoto interno mecía mis piernas a poco de que el reloj sentenciara el inicio. Recordé esa sensación, semejante a la que sentí cuando tomé el micrófono en los primeros conciertos.

Yo, que me había recluído ex profeso en los parches cuando tocaba con mis bandas en la adolescencia, saltaba de pronto a una exposición desconocida y no buscada.


Pasaron más de diez años ya y hay noches en que uno pierde el oficio, vencido por las circunstancias. Esos momentos donde la emoción es reina y uno sólo puede abdicar ante ella, suplicándole que lo deje emitir la siguiente nota por salir.

Vencidas las dudas, hoy sólo agradezco el impulso que me dieron mis afectos incondicionales y a todos los que, sin conocerme demasiado, me lo hicieron llegar de una u otra forma no sólo para poder resistir sino para disfrutar las dos horas del show del sábado. Será hasta la próxima...



jueves, 13 de agosto de 2009

Dulce espera


Sin obligaciones, sin horarios, en un remanso casi insultante para quienes deben madrugar.

Por el contrario, mi única obligación es guardar reposo. Sin embargo la empresa no es fácil puesto que por algo he llegado hasta aquí de este modo, según el diagnóstico médico a prima facie de mi dolencia (ver el texto anterior si se desconoce la misma).

Asumo que no puedo conservar la misma posición por más de media hora y doy fe de que varios temas se amontonan en mi mente, la cual no dejo descansar del todo jamás. Casi como un ejercicio le voy minando el camino de inquietudes, acertijos, teoremas que me recuerden lo transitado hasta aquí o aquello por recorrer. Quisiera que fuera de mayor
provecho que esta inútil retrospectiva o futurismo sin sustento...

Debería estar escribiendo canciones, aprovechando este parate de facto. Pero las ideas parecen apretujarse en algún lugar del cual no saben descender, quedando varadas allí. Algunas estarán madurando espero, las más pudriéndose lentamente estimo.

Y el martirio vuelve silenciosamente con contorno de pregunta: cómo hice para escribir aquel tema cuando tenía diez años menos que hoy o dónde queda demostrada cabalmente la experiencia, el conocimiento que he ganado con el paso de los mismos...

En ese ir y venir mental, esa oleada fatigante en la que no hay testigos, derrocho tiempo precioso. Y la canción buscada, jugando una escondida interminable en la plaza del olvido.

Pero sé que va a llegar imprevistamente. Me sorprenderá en algún semáforo o aparecerá sigilosa con un par de líneas.

Sigo escribiendo porque nunca se sabe cuándo saldrá a revelarse y gritar:
"Piedra libre para mí y para todos mis compañeros...."

miércoles, 5 de agosto de 2009

Aprender a escuchar...


No en vano el cuerpo nos da señales. Nos negamos muchas veces a verlas, a percibirlas, minimizándolas. Son sutiles, a veces, pequeños destellos. Otras son más severas y drásticas pero llegan cuando dejamos pasar a las primeras, indiferentes.

Este packaging es un diseño perfecto que viene en distintos tamaños y formas. Hay quienes se empeñan deliberadamente en transformar el original, otros que se empecinan en arruinarlo con el correr del tiempo.

Pocos gozan de lo que en fortuna les ha tocado. Y lo descuidan por lo general de diversas maneras. Negándolo, escondiéndolo, acorbandándolo en esta pasarela absurda en que se ha convertido la calle. Castigándolo con sobrecargas, exigiendo cada vez más sus fibras para ganar la aprobación del jurado neurótico de la última fila del colectivo. Llenándolo de toxinas por décadas, traumándolo con certeros golpes a la autoestima también. Pretendiendo que es otro de los trajes que colgamos cuando llegamos entrada ya la noche.

Cuando el envase presenta alguna avería, intentamos emparcharlo con lo primero que se nos venga en mente. Calmantes, antifebriles, hepatoprotectores, anticonvulsivos... todo lo que colabore a tapar lo que nos quiere contar con sus manifestaciones. Y las señales pasan de largo una vez más...

Pero él tiene rencor y memoria. Es un viejo conocedor de nuestras mañas y manías y un día levanta el pie del acelerador y se tira a la banquina sin prender balizas. Tarde nos anoticiamos de que emprendimos el viaje sin rueda de auxilio y con el tanque casi vacío.

Todavía somos capaces de enojarnos porque de eso, claro, no podemos olvidarnos. De cuidarlo debidamente, de darle respiro, agua y comida necesarias, abrigo y aire como lo requiera sí.

Es un día importante este que está terminando... porque he aprendido que no lo escuché a tiempo, que negué cada llamada de atención que me fue dando. Que poder estar nuevamente en casa es un privilegio al que no debo acostumbrarme. Que debo ayudar a que sea posible vivir cada día en salud.

Lecciones de las lesiones...