miércoles, 15 de diciembre de 2010

CONTRA LAS CUERDAS



Todo llega. A veces, a destiempo. O como un contratiempo. Esperando lo inesperado, encontrando lo inevitable.
No hay agujas más dolorosas que las que marcan el final.
Esa última bocanada de la pelea sin contendientes, sin vencedores. Aquellas en las que el protector bucal fue un accesorio inútil en la batalla de los silencios. Esos que dicen tanto más que cualquier insulto hiriente.

Porque el querer no besó la lona y se resiste al conteo, que cae como un mazaso. Y se estira una vez más en otro round, y en uno nuevo luego.
Los ojos se van cerrando a puñetazos de verdad implacable y ya no tenemos aquel panorama por delante. Todo está borroso nuevamente, mientras el salitre del cuerpo nos recuerda lo doloroso de esas heridas en cada movimiento. Es ahí que uno puede tender a abandonarse y quedar petrificado, para no sentirlo más. Para acercarse a la campana y manotearla pidiéndo un recreo en esta golpiza sin puños, donde uno choca con uno mismo.
No hace falta un banco para descansar...podrían armar una cama y aún así jamás conciliar el sueño. Aletargar el pensar es una quimera. Tentación química el somnífero...pero tampoco hay receta que garantice que al día siguiente uno estará repuesto.

El murmullo del pullman eleva el volúmen y pide sangre donde no la habrá. A lo sumo, podrán existir el sudor y las lágrimas en este cuadrilátero revestido en algodón.
Las tarjetas quedaron en blanco una vez más. Habrá nuevo retador?