
Cuando la cosa viene de culo es mejor tener a mano un lote de vaselina porque parece que no para. Sin embargo, uno tiene que pensar que esa maldita racha tiene que cortarse antes de que los nietos te pidan upa.
Sucedió hace ualgunos meses, cuando salí con mi mejor cara de “sambista do scola” intentando torcer las coordenadas maléficas que acechaban mi mal trabajado optimismo, tamborilleando el volante de mi recientemente adquirido bólido.
Hubiera armado un compilado de temas a tono, de esos que parecen venir de un libro de autoayuda como “Tratar de estar mejor” o “Color esperanza” pero, lejos de haberme levantado el ánimo, me habrían enviado directamente a los avernos al pensar en la cuenta de Sadaic que ostenta ese falso profeta edulcorado al que una legión de insensatos rinde pleitesía.
Entendí que antes que recibir tal contaminación sonora, debía escuchar mi “ser interior”.
Esa llamada que viene desde quién sabe dónde y que puede desorientarnos aún más ya que, mientras él susurraba incesantemente “persevera y triunfarás”, los acontecimientos recientes parecían gritarme: “Boludo! Renunciá ya a cualquier cambio, porque vas a seguir fracasando una y otra vez y tendrás más secuelas que Freddy Krugger!”.
Así fue que, discusión va, discusión viene, me encontré en un debate arduo entre lo que quiero, lo que debo, las desalentadoras opiniones del entorno, mi exacerbado “ser interior” y el positivismo artificial que vengo fabricando cada día para evitar emular a Yabrán y su escopeta.
La pelea estaba a punto caramelo y sentí que divagaba entre tantos pensamientos, que se acumulaban como hembras en un saldo de botas de invierno.
Un estado de somnolencia conciente era el que ahora disparaba una imagen tras otra. Desde la génesis de todas las penurias que se fueron congregando hasta aquellas que visualizaba como futuras. Era un pastiche de un film que observaba desde una surrealista butaca.
Fue ahí que desperté, tarde ya como debía suceder, luego de la última “fatalidad”: me había tragado un Wolkswagen Polo que había visto dos segundos antes frenando y al que luego “divisé” retomando la marcha para yo seguirlo raudamente.
Evidentemente algo falló y tengo una única certeza: no poseo miopía, astigmatismo o cualesquiera de los problemas oculares que presentan varios individuos de esta especie y el pedal de freno sigue estando en un lugar accesible y familiar para mi pie derecho, destino que jamás alcanzó.
Por ende, creo que tanta recreación de sucesos fue el disparador de tamaña confusión.
Evaluados ya los daños (todos materiales por “suerte”) me pregunto:
Para qué pensar tanto? Si tanto indagar en lo interno nos puede llevar a no ver lo externo, lo que nos está sucediendo aquí y ahora realmente?
No deberíamos ser menos racionales, vivir desprejuiciados como las fieras y dejar que nuestra mente utilice su tiempo y energías sólo cuando sea necesario abastecerse de algún menester, refugiarse de las inclemencias o satisfacer el apetito sexual?.
Y así me encontré pensando nuevamente… porque estamos condenados a hacerlo.
Porque es aquello que nos hace diferentes del resto de quienes habitan esta parcela ovoide que orbita infatigable.
Espero que en algún momento pueda, al menos, elegir cuándo utilizar tamaño don…y no seguir dilapidando billetes cual jeque árabe.
Sucedió hace ualgunos meses, cuando salí con mi mejor cara de “sambista do scola” intentando torcer las coordenadas maléficas que acechaban mi mal trabajado optimismo, tamborilleando el volante de mi recientemente adquirido bólido.
Hubiera armado un compilado de temas a tono, de esos que parecen venir de un libro de autoayuda como “Tratar de estar mejor” o “Color esperanza” pero, lejos de haberme levantado el ánimo, me habrían enviado directamente a los avernos al pensar en la cuenta de Sadaic que ostenta ese falso profeta edulcorado al que una legión de insensatos rinde pleitesía.
Entendí que antes que recibir tal contaminación sonora, debía escuchar mi “ser interior”.
Esa llamada que viene desde quién sabe dónde y que puede desorientarnos aún más ya que, mientras él susurraba incesantemente “persevera y triunfarás”, los acontecimientos recientes parecían gritarme: “Boludo! Renunciá ya a cualquier cambio, porque vas a seguir fracasando una y otra vez y tendrás más secuelas que Freddy Krugger!”.
Así fue que, discusión va, discusión viene, me encontré en un debate arduo entre lo que quiero, lo que debo, las desalentadoras opiniones del entorno, mi exacerbado “ser interior” y el positivismo artificial que vengo fabricando cada día para evitar emular a Yabrán y su escopeta.
La pelea estaba a punto caramelo y sentí que divagaba entre tantos pensamientos, que se acumulaban como hembras en un saldo de botas de invierno.
Un estado de somnolencia conciente era el que ahora disparaba una imagen tras otra. Desde la génesis de todas las penurias que se fueron congregando hasta aquellas que visualizaba como futuras. Era un pastiche de un film que observaba desde una surrealista butaca.
Fue ahí que desperté, tarde ya como debía suceder, luego de la última “fatalidad”: me había tragado un Wolkswagen Polo que había visto dos segundos antes frenando y al que luego “divisé” retomando la marcha para yo seguirlo raudamente.
Evidentemente algo falló y tengo una única certeza: no poseo miopía, astigmatismo o cualesquiera de los problemas oculares que presentan varios individuos de esta especie y el pedal de freno sigue estando en un lugar accesible y familiar para mi pie derecho, destino que jamás alcanzó.
Por ende, creo que tanta recreación de sucesos fue el disparador de tamaña confusión.
Evaluados ya los daños (todos materiales por “suerte”) me pregunto:
Para qué pensar tanto? Si tanto indagar en lo interno nos puede llevar a no ver lo externo, lo que nos está sucediendo aquí y ahora realmente?
No deberíamos ser menos racionales, vivir desprejuiciados como las fieras y dejar que nuestra mente utilice su tiempo y energías sólo cuando sea necesario abastecerse de algún menester, refugiarse de las inclemencias o satisfacer el apetito sexual?.
Y así me encontré pensando nuevamente… porque estamos condenados a hacerlo.
Porque es aquello que nos hace diferentes del resto de quienes habitan esta parcela ovoide que orbita infatigable.
Espero que en algún momento pueda, al menos, elegir cuándo utilizar tamaño don…y no seguir dilapidando billetes cual jeque árabe.