miércoles, 19 de enero de 2011

Pasatiempo


Como en cuentagotas, los minutos pesan y se van amuchando de a sesenta rebautizándose en horas. Los contemplo en este ritual, imperturbable. O no tanto.

Es que la quietud del cuerpo discrepa con la velocidad mental. Ahí, donde se pierde la noción de qué es lo actual, pasado y futuro. Un álbum donde los muertos danzan con los nonatos, donde uno es, fué y será.

Todo es posible porque gobierna lo insensato: variantes a situaciones perimidas florecen nuevamente para atormentarnos en silencio. Aquello que dejamos atrás se nos pone por delante para azotarnos por enésima vez. El dolor nunca se da por vencido. Lo irremediable reencarna y toma forma para que recordemos eternamente.

Y cuando creemos que estamos nuevamente en carrera, fortalecidos por las vivencias, llegan otras que nos transportan a viejas situaciones. Esto ya lo pasé decimos, cerrándonos así la puerta.

Qué es real y qué no...lo que acontece en este momento se vuelve indescifrable por no poder distinguir entre cada una de las fotos que llueven como recuerdos mojados.


Otro conjunto se reagrupa empujando al 18, recibiendo al 19. El teclado y yo seguimos estimulándo la catarata de palabras. Esas que suelen decir tan poco a veces.


Tengo una excusa, no hay testigos que la avalen pero... lo mío fue en defensa propia.

Sólo quería seguir con mi pasatiempo, asesinar este maldito reloj y a todos los números que habitan en él.

miércoles, 12 de enero de 2011

Anochecer


En el balcón otra vez... viendo derrumbarse el día. El último jadeo de un sol que intenta no sucumbir. Pero su lucha, bien sabe, es en vano. El lucero y un par más de astros comienzan a ganar el azul profundo que invade el cielo. A lo lejos un tren se aleja de la estación a paso lento intentando abrirse camino por entre los autos de la avenida, quienes esperan impacientes.

Cuántos extraños dormitarán en sus vagones mientras anhelan refugiarse en su hogar pregunto mientras se escapa de mi visión.

Yo estoy en el mío. Los mismos muebles, la misma ubicación. Esa lámpara que al llegar no soñó con enquistarse en la mesa y echar raíces. Ya pasaron 10 años acá y lo que definitivamente ha cambiado es quien lo habita. Ese maniático del órden y la limpieza, del café siempre dispuesto. Quien puede tener la heladera vacía más de la mitad del mes mientras exista un Branca y su burbujeante novia eterna despatarrados en ella. El que tiene un teléfono que no suena y permanece con sus teclas casi inmaculadas, aquél que prefiere silencios a un estallido verbal...el que intenta no ser aquél mismo tipo que se atrincheró en este dos ambientes una década atrás.

Suelo no reconocerme en el espejo, cuestionar cómo es que han pasado tantas cosas y dónde quedaron las marcas. Las busco en la piel y sólo encuentro mis tatuajes, las persigo en sueños que casi nunca recuerdo, en retinas ajenas, por si quisieron esconderse de mí. Indago en sesiones de terapia, en algún cuaderno de los que fui raleando canción tras canción...

Tengo la certeza de que el universo sigue operando y uno es parte de su caprichosa rotación.
Cambiar es parte de vivir. Las alteraciones se suceden una tras otra y nos pueden dejar un sabor amargo de tanto en tanto. Pero son inevitables estas mutaciones periódicas. Lo estático, lo imperturbable lo dejo para cuando sólo sea un compendio de cenizas perdiéndose en el viento.